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Identidad soberana: diseminación explosiva vs. control descentralizado

6 mins
Editado por Martín Robaldo
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EN RESUMEN

  • Los Soulbound Tokens me resultan interesantes como iteraciones del concepto NFT que otorgan un valor por su sola posesión.
  • ¿Cómo no lo va a ser en nuestro recorrido tokenizado?
  • Dos de las preguntas que nos haremos en un futuro más bien próximo serán “quién demonios soy yo” y “quién demonios es yo”.
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Una de las aspiraciones sistémicas de la Web3 es el logro de una identidad descentralizada, con la privacidad de los datos como bandera, y que sea capaz de sortear las amenazas presentes en los sistemas digitales de identificación. Tanto por las vulnerabilidades inherentes a todo elemento codificado en ceros y unos, como por las tentaciones que puedan tener gobiernos, magnates, criminales u oportunistas de todo tipo y condición, dejar los datos de cada cual en manos de corporaciones centralizadas es, como mínimo, un brindis de desidia al son de compases sospechosos.

Podría decirse incluso que la construcción de esa llamada “identidad soberana” es el último reducto de autenticidad que le queda al entorno blockchain, una vez aceptado por propios y por extraños que las regulaciones pueden ser molestas, pero a fin de cuentas son necesarias; o que es inevitable pasar por la caja de lo público para rendir cuentas de nuestras actividades criptográficas, aunque se trate de capitales obtenidos mediante trabajos que el sistema preferiría ver extinguidos antes que florecientes, o a través de inversiones con dineros que ya habían liquidado su correspondiente diezmo.

O sea, que diría Borja: “Web3 es mega alternativo y rebelde chachi guay que lo flipas”. Ya. Pero tiene más de chihuahua doméstico que de león feroz, salvo en algunos apartados puntuales como este de la identidad soberana. ¿Por qué? Porque comparte raíces con las corrientes que están llamadas a subvertir determinados órdenes, como pueda ser el anonimato, la neutralidad de la red, la evasión de toda forma de censura, y la posibilidad de expresar ideas, opiniones, hechos y comportamientos, sin que nuestra huella digital se convierta en un pasaporte a ciertas formas de extorsión, chantaje o cancelación social

Identidad Digital

En este plano de debate, y al igual que tenemos las diferentes layers de las plataformas blockchain, podríamos decir que la función monetaria de este pequeño gran universo no deja de ser su capa más superficial, aunque sea la más vistosa y en parte el origen del fenómeno. Pero existe una capa intermedia y más profunda, que es la visión del mundo como un habitáculo de billones de activos absolutamente tokenizables. Y existe una Layer 1 totalmente densa y cargada de significado por sí misma, y que pasa por la utilización de las posibilidades de la tecnología para recuperar el sentido pleno de voces como ciudadanía, individuo, pertenencia, convivencia y, como no, identidad. Esta capa que actúa como núcleo, y que es por tanto la menos visible, es la única que puede aportar la consistencia suficiente como para que blockchain sea un hecho histórico relevante, y no una simple moda pasajera para obtener ganancias rápidas, o ser los mejores imitadores de Parzival o Art3mis.

Tratar de abordar en este artículo las bondades de propuestas como Polygon ID sería pecado de codicia por un lado, y exhibición impúdica de ineficacia por el otro, dado que sus protagonistas lo explican ya con todo lujo de detalles en su propia web. En su lugar, podría tratar de hablar de las bondades del Soulbound Token (SBT) que, como su propio nombre indica, es la representación digital de activos “atados al alma”, para permitirnos actuar como avatares únicos y diferenciados. Los SBT, claro, me resultan interesantes como iteraciones del concepto NFT que otorgan un valor por su sola posesión, y no por su intercambio. Algo con grandísimas implicaciones en casi cualquier ámbito de la vida que queramos tocar. Pero no me parecen, per se, una realidad que redibuje por completo el arduo ecosistema de la gestión de la identidad.

Tengo para mí que dos de las preguntas que nos haremos en un futuro más bien próximo serán “quién demonios soy yo” y “quién demonios es yo”. En español suenan confusas por el empleo del mismo pronombre (“yo”), pero si las vemos en inglés es más fácil intuir su verdadera dimensión: primero, who the hell I am; segundo, who the hell is me. Esas dos preguntas tienen su origen en una realidad que a día de hoy ya padecemos (o disfrutamos, según los casos), como son las identidades múltiples.

De hecho, la gestión de las identidades múltiples es algo que nos acompaña casi desde el origen de los tiempos. A fin de cuentas, en un mismo momento de la vida, la representación de nuestro “yo” varía en función de las circunstancias. Un joven estudiante no se comporta igual ante sus coetáneos que ante sus padres, ni ante estos igual que ante sus profesores. Un brillante ejecutivo tiene una actitud en casa y otra en la empresa, y se guarda alguna identidad extra para el gimnasio, el after work o sus clientes. Y así con todo. Por mucho que pretendamos ser auténticos, y por más que nos duela reconocerlo, nuestra autenticidad se define por la coherencia de nuestras identidades en relación con entornos que son coherentes entre sí.

Si esto es así en la vida “real”, ¿cómo no lo va a ser en nuestro recorrido tokenizado?

La disrupción digital ha traído consigo la multiplicidad de egos: somos distintos en Telegram que en Instagram, por más que acaben en “gram”. Nos parecemos lo que un huevo a una castaña según actuemos en Tinder o Twitter, por más que sean plataformas casi homónimas. Y podemos ser perfectos inversores cripto por la noche y excelentes gestores de dinero fiat por el día, o viceversa. Somos múltiples identidades en permanente desconexión, que se suplantan, se alternan y se disputan ese recurso finito de los 86.400 clics que marca el segundero a lo largo de un día. En realidad no nos consterna nuestra privacidad. Lo que nos quita el sueño es que un patinazo de nuestro “yo” en TikTok le haga un siete al excelente traje de confección italiana que decimos usar en nuestro “yo” en LinkedIn.

Ahora sumemos a eso una posibilidad inminente, y otra con más ciencia que ficción, aunque parezca lo contrario: la primera es la clonación virtual; la segunda es la clonación física. La virtual ya es el pan nuestro de cada día en profesiones como la ciberseguridad, donde contar con identidades múltiples (y ofuscadas) es algo inevitable si se quiere sobrevivir en la jungla. La clonación física, por su parte, es una bandera que la bioingeniería ha capturado hace ya tiempo: 26 años han pasado desde Dolly, y las barreras a la clonación tienen más que ver con prejuicios morales e ideológicos que con impedimentos técnicos.

IA

¿Somos capaces de imaginar lo que es contar con varios “yoes” físicos ligados a un “yo primigenio”, los cuales a su vez son capaces de diseminarse en decenas de identidades que tejen sus propias relaciones? ¿Qué sucede si sobre eso ponemos una capa de Inteligencia Artificial, que por un lado permita filtrar y poner orden, y por otro optimizar nuestra capacidad de impacto en el entorno? ¿Y si nuestros clones físicos son además tan evolucionados que no necesitan parar para descansar ni alimentarse? ¿Qué papel tendrán las cadenas de bloques en el aseguramiento y la inmutabilidad de las características únicas potenciales de cada set de identidades?

Visto con suficiente perspectiva, puede que el escenario que permita superar nuestra actual relación maldita con el tratamiento centralizado de los datos personales no pase tanto por ocuparnos de una única identidad, como por explorar las capacidades de la hiperatomización de identidades como forma de burlar los usos con fines espurios de nuestros datos. Dado que no hay nada más auténtico que reconocer nuestra falta de autenticidad en un mundo digital y tokenizado, quizá nuestra mejor oportunidad está no en alcanzar El Dorado del control descentralizado, sino en la diseminación explosiva de identidades. 

Algo así como… ¿Quieres mis datos? Venga. Infoxícate con ellos, y con los de mis clones. Toma. Intenta hacerme tracking. Intenta vincularme a parámetros de carácter comercial, social, político o sanitario. ¿A mí, dices? ¿Pero sabes acaso quién SOY yo? ¿Sabes acaso quién ES yo?

Sobre el autor: Alfonso Piñeiro

CCO de Blextick. Emprendedor, consultor, speaker, formador, brand freak, wild copy y comunicador. Es decir, y por si no ha quedado claro, perfil polifacético, para lo bueno y para lo malo. Incorporado, con tardanza pero con decisión, a la condición paterna. Ex periodista.

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Alfonso Piñeiro
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